lunes, 13 de febrero de 2006

El Proceso de Kafka y la argentinidad (II)

Procesos

La palabra “proceso” tiene básicamente, según la Academia Española, dos acepciones. La primera se limita a la “acción de ir hacia adelante”, el liso y llano “transcurso del tiempo”, o el “conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial”. La segunda se inscribe en el marco del Derecho, y se refiere a una “causa criminal”, al “agregado de los autos y demás escritos” en una causa o al “procedimiento, actuación por trámites judiciales o administrativos”.

La última dictadura argentina eligió llamarse a sí misma “proceso de reorganización nacional”. El nombre remite a la denominada Organización Nacional, título con el que se conoce al período político de nuestro país que comenzó en 1862 y marcó un afianzamiento de las instituciones y un modelo de país basado en el esquema agroexportador. Uno de los logros de aquella etapa (es odiosa la obligación de poner tantas cursivas) fue el triunfo definitivo sobre los indígenas, genocidio culminado y simbolizado en lo que se llamó “la Conquista del Desierto”, gesta liderada a fines de la década de 1870 por Julio Argentino Roca.

Veamos: por definición, en un desierto no hay nadie, es un lugar vacío, inhabitado. Por tanto, un desierto no se conquista, sino que simplemente se ocupa. Si el desierto argentino tuvo que ser conquistado fue porque no estaba vacío, algo había. Probablemente, seres que no merecían la categoría de tales. Eran “bárbaros”, “menos que seres”, “semi-sujetos”. No había, ergo, impedimentos morales para exterminarlos.

Si no eran del todo, quizás tampoco se podría eliminarlos del todo.

En “la Conquista del Desierto”, la civilización no mató a personas. Los indios, simplemente, no estuvieron más. Ni muertos ni vivos. Desaparecieron.

A la Re-Organización Nacional de 1976, los militares le agregaron Proceso. Así eligieron que se recuerde a su régimen. El término resume la atmósfera ominosa de la acusación gratuita: un proceso contra una sociedad. De alguna manera, la sociedad debió recorrer el camino de José K.: ir hacia la Justicia buscando poner a la luz su condición de inocente. La excepción fue la de aquellos a los que el Estado no acusó, lo cual constituía, precisamente, la prueba de la inocencia. Era el Proceso el que establecía las condiciones de verdad.

Continuará

Ver Primera parte de la nota

Ver Tercera parte de la nota

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ves. Seguimos con nombres, Organizacion Nacional. Y así pasaron casi 200 años.