lunes, 22 de febrero de 2010

¿Por qué me llamas Calvin?

Es increíble como una frase dicha al pasar, algo que uno dice y olvida casi instantáneamente, puede convertirse en una señal, una característica, el símbolo con el que los demás te recuerden.

HACE UNOS DÍAS ESTUVE cenando con un grupo de gente con el que había coincidido en otra cena, un par de meses atrás. La charla, en su largo primer tramo, discurrió sobre cuestiones culinarias. A los españoles les gusta muchísimo, les encanta, les fascina, hablar de cocina. Pasan horas y horas hablando de cocina, de cómo se prepara esto o aquello, de dónde es más rico el jamón, del secreto para que tal o cual plato tenga ese sabor... A mí, en cambio, el tema me aburre muchísimo. No me gusta, no me interesa, sólo pienso en comida cuando me agarra hambre, y después de comer me olvido del tema hasta que vuelve a darme hambre. Por eso, en esas reuniones me paso gran parte del tiempo callado y sin participar, porque no tengo nada que decir, ni tampoco me interesa decir nada.

Eso pasó el otro día durante un rato largo. Después el tema derivó en otros, y alguien comentó que, en una fiesta en la que había estado días atrás, habían jugado a una versión virtual, youtubesca, del "dígalo con mímica" (conocido aquí como "el juego de las películas"). Consistía en lo siguiente: alguien tomaba una computadora, ponía en YouTube un fragmento de alguna película (imagen sin sonido o audio sin imagen) y los demás debían acertar de qué película se trataba. Uno de ellos se propuso para poner películas, y así lo hizo con unas cuantas, hasta que ofreció que otra persona tomara la posta. Lo hice yo. Entonces alguien me dijo:

-¿Vas a poner Regreso al futuro?

Miré sorprendidísimo. Volver al futuro es una de mis películas fetiche, soy fan de Volver al futuro, cualquier persona que me conoce un poco lo sabe, pero ellos no me conocen. ¿Cómo sabían, por qué dijeron eso?

LO PREGUNTÉ Y ALGUIEN me lo explicó. En aquella otra cena, la de dos meses antes, la conversación había versado durante largo rato sobre un viaje a Nueva York que una pareja había hecho. Y, entre otras tantas cosas, de marcas, y por algún motivo nombraron a Calvin Klein. En ese momento yo compartí uno de esos datos por lo general completamente inútiles que uno suele acumular: que en la década del 80 esa marca debía ser muy poco conocida en España, porque cuando, en Volver al futuro, Marty McFly viaja al pasado, a 1955, su madre, Lorraine, lo llama "Calvin Klein", ya que cree que él ese llama así porque eso dicen sus calzoncillos; pero en el doblaje español de la película no lo llaman con ese nombre, sino con otro, que yo no recordaba.

Yo me olvidé enseguida de lo que había dicho, pero ellos no. Ellos no guardaban ningún recuerdo de esa escena, y que les soltara esa referencia hizo que me vieran como un friki.

¿SOY UN FRIKI? NO SÉ. Pero ayer estaban poniendo Volver al futuro en Cuatro y vi por enésima vez el final. Busqué en internet y supe, otra vez, que los dobladores españoles decidieron que Lorraine llamara a Marty "Levi Strauss". Y que no hablaran de 88 millas sino de 140 kilómetros por hora. Y que Biff, en el final, cuando aparece como el tonto que le limpia el auto a George, usa un equipito de gimnasia Adidas, al contrario que el canchero de Marty, que lleva Nike (una versión ochentosa y deportiva del famoso anuncio PC vs. Mac). Y recordé que no es bueno tener mucha información sobre el futuro, pero que todos miramos al tipo o la mujer del tiempo -precisamente- para saber si conviene salir con paraguas (o con chaleco antibalas). Y que adonde vamos no necesitamos... carreteras.

domingo, 21 de febrero de 2010

El Caballero sigue andando

A Cervantes no debió hacerle mucha gracia tener que matar a Don Quijote en el final del libro. Lo hizo -dicen- previendo que a quien no le quedaba mucho de vida era a él mismo (se murió al año siguiente de publicar la segunda parte), para evitar que a algún otro Avellaneda se le diera por continuar sus andanzas.

Yo, a diferencia del genial manco, no tengo ninguna necesidad de matar a mi Caballero. Es verdad que lo tengo un poco abandonado, poco actualizado, como si le prestara poca atención. El nacimiento de unabirome, mi nuevo blog, parece relegarlo aún más. Pero no es la idea. Más de uno de mis escasos lectores me dijo: "Espero que no dejes el otro"; tranquilos, no lo dejo. Este Caballero está tan vivo como siempre.

Es cierto, como decía, que lo tengo un poquito abandonado. Pero a peores ha sobrevivido este espacio, y no es momento de aflojar. Me viene acompañando desde hace casi cinco años, a mi lado mientras cursaba la maestría de Clarín, cuando trabajé en la redacción .com del "gran diario", cuando decidí hacer las valijas y cruzar el charco y en todas mis desventuras en este lado del mundo. Mucha agua bajo el puente, e inundando el puente, y hasta el cuello. Pero apretó y no ahorcó. Y lo que no mata, engorda.

Así que aquí vamos. La idea de unabirome es ser un sitio más "profesional", por llamarlo de algún modo, con artículos a los que les dedico un tiempo y un cuidado especiales, publicados con una frecuencia determinada, y aspira a convertirse en un espacio al que, cada tanto, a la gente que gusta de la literatura, los libros y de cada tanto reflexionar un poco, se le dé por entrar, picada por la curiosidad y el interrogante: ¿qué habrá puesto este flaco hoy...?

Este Caballero, en tanto, que tantas veces se preguntó qué era, qué quería ser, seguirá siendo lo que viene siendo: una página en la que narro algunas vivencias y difundo curiosidades que veo por ahí, de modo personal, informal, seguro que sólo interesante para mis amigos y las personas que me quieren, y en el que cada tanto se me escapa -casi siempre por error- alguna perlita a la que vale la pena (para mí, al menos) volver.

Encantado de seguir con ustedes, hasta cualquier momento.