jueves, 28 de enero de 2010

Adiós, maestro

Ensañada con tantas personas relevantes, la muerte les llega hasta a quienes creíamos que nunca alcanzaría. Jerome David Salinger dejó de existir ayer en su casa de Cornish, New Hampshire.

Autor de cuatro libros publicados y quién sabe cuántas páginas inéditas, es uno de mis escritores fetiche. Sus Nueve cuentos es uno de los pocos libros que, sin duda, y perdonen por la falta de originalidad, me llevaría a una isla desierta.

Hace poco más de un año escribí un artículo acerca del 90º cumpleaños del escritor. Me autocito:

No cuesta nada imaginar un escenario: el día siguiente a aquel en que los medios anuncien la muerte de J. D. Salinger, sus hijos y demás herederos salen a decirle al mundo que hay cientos, miles de páginas inéditas para publicar, para beneplácito de lectores, editores y sus propias cuentas bancarias. Aunque tampoco es difícil imaginar que Salinger queme o haya quemado todos sus papeles (y a él sí que no lo vemos dejándole el encargo a un Max Brod complaciente). Y tampoco se puede descartar que en realidad no haya escrito nada más. Porque no le diera la gana, a lo Juan Rulfo.

Adiós, maestro.

jueves, 21 de enero de 2010

Teína, recuperada

Donde decía .com, poné .org

Hace un año veía la luz el Nº 20 de la Revista Teína. Se publicaban allí, entre otras cosas, dos entrevistas mías: a Rodrigo Fresán y a Sergio Chejfec. Enseguida nos poníamos a trabajar en la Teína 21, planificada para abril de 2009. Yo había de entrevistar a Patricio Pron y escribir reseñas de un libro suyo y de un par de Sergio Bizzio...

Sin embargo, diversos problemas dijeron presente en la vida de los hacedores de la revista. Embarazos, desempleo, falta de dinero y otra clase de vicisitudes nos generaron primero una demora y luego, con los meses, cayéndose por su propio peso, la decisión de parar. Por ahora, dijimos. Aunque de entrada se intuía que era uno de esos por ahora que en realidad huelen a un para siempre demasiado doloroso para ser tolerado.

Y lo peor, hasta hace poco, no era eso. Lo peor era que los links se habían roto. Es decir, que Teína ya no estaba. Cuestiones cuyos pormenores desconozco y/o no interesan hicieron que la revista perdiera el host y que después apareciera uno de los infaltables cuervos -que los hay en para todos los aspectos y en cada rincón de este mundo- y comprara el dominio www.revistateina.com. Ni nos gastamos en averiguarlo más tarde, pero seguro que nos lo habría querido vender por bastante más dinero que el que él invirtió. A eso le llaman capitalismo.

De manera que había que hacer algo. Así que allí fuimos. Como dice la introducción de este post, hay que cambiar .com por .org. Sin dudas, esta terminación se adecúa mucho más que la primera a un producto hecho a pulmón, por el que nadie ganó nunca un centavo y que intentó desarrollar durante siete años y veinte números un producto de calidad. Y ahora allí estamos. En www.revistateina.org.

Como siempre, están todos invitados.

lunes, 4 de enero de 2010

2010

Cada vez que se termina un año, uno tiende a hacer balances, recuentos, a calcular saldos, a pensar si el año fue bueno o regular o malo, a preguntarse por qué hizo lo que hizo y no aquello que quería hacer... Es un poco inevitable; lo que sí es evitable es estresarse o angustiarse o deprimirse por sentir que el resultado es negativo.

Lo bueno es que inmediatamente después de terminarse un año viene otro. Y viene nuevito, inmaculado, con todos los días listos para ser vividos. Como un cuaderno en blanco, que uno abre y se aplica en comenzar con letra redonda y prolija. Cuando yo voy a empezar a escribir en un espacio así, lo que suelo hacer es pasar antes la birome por un papel borrador, para que no manche, para que las virutas de tinta seca que quedan pegadas en el extremo no generen que el trazo comience más gordo de lo normal, o que me deje una cantidad excesiva de tinta que luego pedirá a gritos ser desparramada por una mano torpe.

Esa es la principal diferencia entre la literatura y la vida: que en esta última no tenemos borradores. Pero bueno, ahí está la gracia. Que la vida no es un libro de esos caros, de tapas duras, impresos por megagrupos editoriales y con sobrecubiertas en colores brillantes, sino un cuadernito de esos que se doblan a la mitad y se meten en el bolsillo interior de cualquier campera, en los que se puede tachar sin culpa, de los que se llevan y se traen, se ajan, se gastan... pero en los que siempre hay un resquicio donde agregar una anotación más. Cada tanto la letra nos sale redonda y prolija en el trasiego de la escritura. Y en esos momentos somos plenamente felices.

A vivir, amigos y amigas, que son 48 hojas rayadas...