viernes, 18 de diciembre de 2009

Vinagre y rosas

La angélica, angelical voz sonó en el teléfono:

-¿Quieres ir a ver a Sabina?

Eran las 20.47 del martes (lo recuerdo porque en ese momento miré la hora en la esquina inferior derecha del monitor que tenía delante de mí), es decir, faltaban 43 minutos para la hora en que estaba anunciado el inicio del único concierto en Madrid de la gira "Vinagre y rosas". Y yo, que me había enterado de que las entradas estaban a la venta cuando ya se habían agotado, que leía con una suerte de resignación las noticias sobre los preparativos para la presentación, así, de la nada, recibía esa oferta. Entrada gratis para asistir al recital en el Palacio de los Deportes de Madrid.

Por supuesto, fui corriendo a buscar la entrada y luego al concierto. Llegué pasadas las 22, y pude ver y escuchar dos horas y cuarto de música.

Fue buenísimo: tuvo todo lo que tienen los shows de Sabina, esa especie de liturgia que se da entre él, sus músicos y los fans. Por supuesto que en Madrid se lo vive distinto que en Buenos Aires(yo lo vi en el Gran Rex, en la Bombonera y esta fui mi segunda vez aquí en Goya); hay menos "acción", digamos, quizás porque el promedio de edad es un poco más alto (y también, está claro, porque los españoles son menos apasionados, o expresan menos sus pasiones, que los argentinos). Hubo canciones nuevas mezcladas entre los infaltables clásicos. Una versión de "Llueve sobre mojado" con Jaime Asúa, uno de sus guitarristas, versiones solistas de Panchito Varona y Antonio García de Diego, y una personal interpretación de "Y sin embargo te quiero" por parte de Marita Barros, la nueva voz femenina del equipo, que está bien pero sigue haciendo extrañar a Olga Román.

Y ahí siguen don Joaquín y su banda. Anoche estuvieron en Barcelona. Y volverá al escenario de Madrid el 22 de junio, en la plaza de toros de Las Ventas, y verlo allí será, seguramente, genial. Dentro de unas semanas rodarán por la patria. A disfrutarlo, quienes puedan.



viernes, 11 de diciembre de 2009

Un lugar más grande

«... ahora es al fin un adulto, y ser adulto significa justamente haber llegado a entender que no es en la tierra natal donde se ha nacido sino en un lugar más grande, más neutro, ni amigo ni enemigo, desconocido, al que nadie podría llamar suyo y que no estimula el afecto sino la extrañeza, un hogar que no es ni espacial ni geográfico, ni siquiera verbal, sino más bien, y hasta donde esas palabras puedan seguir significando algo, físico, químico, biológico, cósmico, y del que lo invisible y lo visible, desde las yemas de los dedos hasta el universo estrellado, o lo que puede llegar a saberse sobre lo invisible y lo visible, forman parte, y que ese conjunto que incluye hasta los bordes mismos de lo inconcebible, no es en realidad su patria sino su prisión, abandonada y cerrada ella misma desde el exterior, la oscuridad desmesurada que errabundea, ígnea y gélida a la vez, al abrigo no únicamente de los sentidos sino también de la emoción, de la nostalgia y del pensamiento.»

Juan José Saer, La pesquisa

lunes, 7 de diciembre de 2009

Según pasan los años

UNO. Desde chiquito consumí fútbol. Mi padre, muy hincha de River, me transmitió la pasión por los colores. Sin embargo, no fue sino hasta mis 12 años cuando empecé a seguir el fútbol en serio, a hacer esa cosa tan importante para los hinchas que es saber de fútbol.

Ese comienzo tiene una fecha precisa: el final del año 1989, cuando Alfredo Dávicce se convirtió en el presidente de River y contrató a un recién retirado Daniel Passarella para ser director técnico, puesto en el que no tenía ninguna experiencia. El Gran Capitán tomó un equipo que estaba segundo, a un punto de Independiente (el DT hasta entonces había sido Mostaza Merlo), y lo guió hacia la obtención del campeonato, a mediados de 1990, el último que se jugó como Dios manda, a dos ruedas ida y vuelta.
DOS. Passarella metió mano a la formación que Merlo le había dejado. Recuerdo que tenía en mi pieza un póster de aquel River de la primera rueda, todavía años 80: en aquella formación estaban el gato Miguel, Fabio Talarico, Carucha Corti, Hugo De León, el Tapón Gordillo, el Checho Batista y otros que mi memoria no ha conservado.
Unos meses después, aquel Checho Batista fue a jugar el mundial de Italia. No empezó como titular, pero jugó luego varios partidos. Recuerdo a Sofovich y Nimo criticándolo luego de uno de esos partidos: decían que parecía jugar con una valija en cada mano, por lo lento que era. Por lo menos así lo veían ellos. Sin embargo, aquel Checho -lo recuerdo- dejó la vida en la cancha...

A lo que iba: Passarella metió mano en aquel equipo heredado, y uno de sus cambios fue sacar a Batista y poner de 5 a un pibito que aún no cumplía 20 años pero que ya se perfilaba como heredero de Pipo Rossi, de Mostaza, del Tolo Gallego. Ese pibito, morocho, de ojos un poco saltones, gracias a su juego, a su sacrificio y a la verba de Víctor Hugo Morales, primero fue Pacman y luego el Jefe.

TRES. En fin, que el triunfo de Passarella en las elecciones de River me trae todos estos recuerdos. Exactamente dos décadas después, Astrada ya hizo toda su carrera como futbolista, se consagró como el más veces campeón en la historia del club, se retiró, fue campeón como entrenador, se fue a hacer experiencia a otros equipos y ahora está de regreso. Passarella fue varias veces técnico campeón, dirigió a la selección y a otros equipos, de nuevo en River y ahora el mejor 6 gana las elecciones por 6 votos en la madrugada del 6.
Y yo, con 20 años más, también tengo, por supuesto, unas cuantas batallas más encima. Más experiencia, más conocimientos, más resignación, más cinismo. Lo bueno y lo malo, en resumen. Y sin embargo -y esto me encanta, y lo valoro como a un tesoro- sigo sintiendo que el mismo gusanito me recorre el cuerpo cuando una pelota empieza a rodar y uno de los equipos que juegan es ese de camiseta blanca con una banda roja cruzándole el pecho que mi padre me enseñó a amar.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Así nos ven

Los argentinos solemos obsesionarnos un poco por cómo nos ven los demás, qué imagen tenemos fuera. Bueno, esta es una muy buena oportunidad para saberlo. La revista OnMadrid, un suplemento de El País que sale en la capital española, de la semana pasada tuvo su nota de portada dedicada a nosotros, los argentinos. Portada adornada con un montón de palabras y expresiones muy típicamente nuestras, de esas que denuncian la presencia de alguno de nosotros cuando son escuchadas en una calle madrileña. Boludo, no sabés qué quilombo hoy en el laburo...

"¿Son todos futboleros, carnívoros y charlatanes?", se pregunta. Para responderlo, juntó en un bar a cinco argentos que viven aquí. La nota no es gran cosa, por supuesto, pero vale la pena echarle una miradita. Creo, más que nada, para la gente que está en la patria y a la que, cada tanto, estas cosas le generan interés.

Los tópicos que aquí circulan nos califican de "soberbios, seductores, locuaces, adictos a la carne, el mate o el dulce de leche. Teóricos del fútbol, Maradona o el psicoanálisis". Somos como somos. Yo, argentino. [Click sobre las imágenes para agrandar y leer el artículo.]



miércoles, 2 de diciembre de 2009

Siempre que me lavo las manos

Desde hace tiempo una reflexión viene a mí al momento de lavarme las manos.

Para no derrochar agua, lo que conviene es tratar de tener la canilla abierta el menor tiempo posible. Entonces, mi procedimiento era el siguiente: 1) mojarme las manos, 2) cerrar la canilla, 3) enjabonarme las manos, 4) volver a abrir la canilla, 5) enjuagarme las manos, 6) cerrar la canilla, 7) secarme. (Los dos primeros pasos se evitan si se tiene jabón líquido en lugar de en pastilla, con el cual no hace falta mojar previamente.)

El problema se produce en el paso 4. Cuando voy a abrir nuevamente la canilla para enjuagarme, tengo las manos enjabonadas, y con ellas ensucio la llave del grifo. Luego me enjuago las manos, que quedan limpias, pero cuando voy a cerrar la canilla me las vuelvo a manchar de jabón, ya que la llave había quedado sucia.

Es un problema al que hasta ahora no le he encontrado solución.

En realidad, sí hay una solución: las canillas que se abren automáticamente cuando uno pone debajo las manos (o cualquier otra cosa, supongo que funcionan por medio de un lector óptico normal y no de uno que detecta exclusivamente manos). Así son las de los baños del edificio en el que en estos días trabajo, y el proceso es el siguiente: 1) me enjabono las manos (con jabón líquido), 2) las pongo bajo la canilla y me las enjuago, 3) me las seco.

Hace un par de siglos era una fantasía que el baño de cualquier casa tuviera agua caliente, y hoy es algo normal. Quizá algún día sea lo normal que en los baños de todas las casas haya canillas con sensores ópticos que nos eviten estos problemas.

Quizá lo anormal sea que a mí se me ocurran estas ideas siempre que me lavo las manos.