domingo, 12 de febrero de 2006

El Proceso de Kafka y la argentinidad (I)

El hueco que la obra genial ha dejado al quemar lo que nos
rodea es un buen lugar para encender la pequeña luz propia.
De ahí la incitación que parte de lo genial,
la general incitación que no sólo nos induce a imitar.

Franz Kafka, Diarios
15 de septiembre de 1912


En nuestro país, decir “el proceso” nos remite antes a la dictadura militar de 1976-1983, que a la novela de Kafka. No deja de ser curioso que ese gobierno de facto haya elegido tal nombre para ser recordado por la posteridad. Está claro que las palabras se resignifican, adquieren con el tiempo denotaciones y connotaciones nuevas. Sin embargo, ese título puede servir como punto de partida para algunas ideas en torno a la Argentina y al bueno de Franz, ese escritor sin patria, y para bucear en busca de lo kafkiano en nuestra historia y de El Proceso y de la argentinidad de Kafka.

La novela interminable

Borges declaró alguna vez: “Cuando yo escribí ‘La Biblioteca de Babel’ trataba de ser Kafka. Luego comprendí que Kafka lo había hecho mejor que yo”. En “El jardín de senderos que se bifurcan”, plantea la posibilidad de un libro infinito. Imagina:

a. Un relato circular, cuyo final sea idéntico a su principio.
b. Un relato de “cajas chinas”, donde una historia incluya una serie de historias entre las cuales está ella misma: el ejemplo de Las 1001 noches es el más célebre.
c. Una obra platónica, transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregue un capítulo o corrija las páginas escritas por sus mayores.

Finalmente, explica que el libro del que habla el cuento no es infinito en el espacio sino en el tiempo. Sucede allí al revés que en la vida: una posibilidad no excluye a las restantes. En esa novela todo puede ser, todo puede pasar.

O mejor: todo es, todo pasa. Y todo queda.

Borges no lo dijo esta vez, pero Kafka también lo había hecho antes y mejor. No lo había planteado como posibilidad: directamente, había escrito la novela.

El Proceso, bien mirada, es una novela infinita. De hecho, Kafka no la consideró acabada. Es una novela deforme, que fue creciendo un poco monstruosamente, pareciera que a falta de un estricto plan previo. Hay notas, apuntes, historias laterales, páginas que aparecen y desaparecen según las diversas ediciones. Lo explica el primer editor, el amigo Kafka, el más famoso albacea de la historia de la literatura, Max Brod: “Antes del capítulo final, existente, habían de ser descritos todavía algunos estadios del misterioso proceso. Pero dado que, según la opinión expuesta oralmente por el autor, el proceso no debía llegar nunca hasta la máxima instancia, en cierto sentido la novela era absolutamente interminable, es decir, era dable de continuarse ad infinitum”.

En “Kafka y sus precursores”, Borges anotó que la flecha y el móvil y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura. Dicho de otro modo, se podría preguntar: ¿cómo puede hacer José K. para avanzar en su proceso, si antes de recorrer una distancia determinada debe recorrer la mitad, y antes la mitad de la mitad, y antes la mitad de la mitad de la mitad (y etcétera, claro)?

Kafka parece exasperar la imposibilidad de la experiencia, uno de los temas de la literatura en el siglo XX. “El gran Hemingway, el de los primeros relatos —escribió Ricardo Piglia—, reduce la experiencia al punto cero. Nick Adams encarna un anzuelo, un viejo toma anís en un bar limpio y bien iluminado. El estilo se encuentra para captar la emoción que produce el vacío, la experiencia se ha disuelto y Hemingway es el primero que lo dice claramente”. Pero en Kafka también se da (de otra forma) la experiencia disuelta: hay un hombre procesado al que no le ocurre nada más que su proceso. Es decir, le ocurren cosas que giran en torno a ese vacío. Y es entonces el propio José K. quien va en busca a la Justicia. La duda invierte su valor; lo inculpa: el acusado debe presentar las pruebas de su inocencia, aun sin saber de qué se lo acusa. ¿De qué defenderse, entonces? Se trata de la acusación por la acusación misma: la pura forma. Lo ominoso está allí, se cierne como una atmósfera. Y el imperativo moral que le da sustento es, para nosotros, bien conocido: algo habrá hecho. Es un círculo vicioso: la persecución está legitimada por esta verdad, es decir, por esta afirmación cuyo valor de verdad está dado por la propia persecución.

Continuará

Ver Segunda parte de la nota

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se dieron a llamar así pues despues de tomar el poder, el gobierno "de facto" que representaban se dió a la tarea de organizar y lograr llevar adelante el "Proceso de Reconstrucción Nacional". Carlos Menem posteriormente denominó su proyecto de gestión "La Revolución Productiva" y así para adelante y para atrás.
Kafka fue un genio.