martes, 5 de mayo de 2009

Trueque

1

La agrupación La Charca de la Rana viene organizando todos los meses un mercadillo de trueque, que se hace en un descampado de Madrid, cerca de la estación de metro Parque de las Avenidas. Todo el que quiera va, tira una mantita en el pasto y ofrece sus cosas. Eso hicimos Mónica y yo hace un par de sábados.

No bien llegamos, un chico se acercó a nuestro puestito y nos pidió que le cambiáramos un teléfono viejo que ya no usábamos por algo de lo que él ofrecía. Fuimos a ver y estuvimos entre dos libros: un tomo con siete obras de Shakespeare y un libro, editado por Anagrama, de una escritora a la que llamaremos X. Finalmente optamos por el primero.

Luego hicimos algunos canjes más y llegó a nuestras manos un volumen con cuatro novelas de William Faulkner. Con esos dos libros ya me podía dar por plenamente satisfecho. Pero lo que vino después fue mucho mejor.

2

Cuando llevábamos un rato allí, vi que a unos cuantos metros de nosotros estaba un editor al que llamaremos Y, a quien conocí hace un tiempito y con quien había coincidido un par de veces. Al rato me acerqué a saludarlo. Iba dispuesto a recordarle quién soy, pero no hizo falta: "Hola, Cristian, cómo estás", me estrechó la mano. Le dije bien, y parecía que ahí se terminaba todo el saludo. Pero si me sorprendió un poco que me recordara, mucho más que me dijera: “Ayer te estuve leyendo. Muy argentino ese canon…”. Se refería, claro, a mi listado de libros preferidos, que yo —con ocasión del Día del Libro— había publicado aquí en el blog poco antes.

Me volví a mi puestito muy contento de saber que el editor Y me había estado leyendo. Pensé que la anécdota terminaría allí. Pero al rato el editor Y se apareció por nuestro puestito; me dio el libro Días de llamas, de Juan Iturralde, y me dijo: “Esta es la mejor novela que se ha escrito sobre la Guerra Civil”, y se puso a revisar entre los libritos que teníamos en nuestro puesto, a ver qué podía llevarse a cambio.

No dije hasta ahora que nuestro puesto estaba conformado en su mayoría por un montón de libritos sobre el comunismo, la historia y descripciones de la RDA (República Democrática de Alemania), La justicia en la URSS, monográficos sobre Kazajstán, etc., todos impresos en los 70 y los 80; montón que llegó a mis manos de un modo más bien azaroso y que me interesaba hacer seguir su curso hasta la biblioteca de alguien a quien esos temas les interesen más que a mí.

El editor Y los revisó un rato y finalmente tomó uno. Le dije que se llevara más, que eso me parecía un intercambio más justo. Pero no quiso. Volvió a su puesto.

3

La mayoría de la gente se acercaba con curiosidad y se alejaba luego bastante decepcionada al comprobar que todos nuestros libritos versaban sobre un asunto tan pasado de moda. Una mujer incluso me preguntó si yo era pariente de Mikhaíl Gorbachov. Hasta que un rato después una mujer se acercó a nuestra mantita y se puso a mirar los libros con mucha curiosidad. Me preguntó de dónde habíamos sacado todos esos libros “tan buenos”. Luego dijo que se querría llevar alguno de los libros, pero que ya no le quedaba casi nada para cambiar, apenas unos peluches. Le dije que no se hiciera problema, que se llevara el libro, y la acompañé a ver qué le quedaba en su puesto. Mi sorpresa fue inmensa cuando descubrí que su puesto era el mismo que el del editor Y.

No sólo eso, sino que me di cuenta de algo más: la mujer interesada en los libros sobre el comunismo era… la escritora X. Que es —me enteré después, cuando le pregunté qué relación los unía— la esposa del editor Y. Qué casualidad, me dije.

4

Lo mejor de los mercadillos de trueque es que todos llegamos con cosas que no queremos, que nos sobran, que no sabemos si tirarlas a la basura o qué hacer con ellas, y volvemos a casa contentos por lo que hemos conseguido. En nuestro caso, con varios libros excelentes para leer y con la alegría que generan los encuentros gratos, sorpresivos y, por qué no, sorprendentes.

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