sábado, 25 de noviembre de 2006

La literatura y el dinero

El señor Valéry siempre llevaba bajo el brazo un libro envuelto con una goma y una funda de plástico.
Además de leer el libro, lo utilizaba como monedero para guardar los billetes.
El señor Valéry explicaba:

—Nunca me ha gustado separar la literatura del dinero.

Así pues, el señor Valéry se organizaba del siguiente modo (estas eran sus reglas):
Jamás colocaba más de un billete entre dos páginas del libro.
En las primeras páginas colocaba los billetes menos valiosos, y los más valiosos en las últimas.
En lugar de usar un punto para señalar la página en la que había interrumpido la lectura del libro, colocaba en dicha página las monedas, con lo que el libro engordaba, por así decirlo.
En la última página, el señor Valéry siempre dejaba su carnet de identidad.

Este era el dibujo que el señor Valéry hacía para explicar su relación con la literatura y el dinero

Y cada vez que hacía el dibujo, repetía:

—Nunca me ha gustado separar la literatura del dinero.

El procedimiento del señor Valéry, tanto en la lectura como en un acto comercial, seguía después etapas rigurosas e inalterables.
En primer lugar, retiraba cuidadosamente el libro de la funda de plástico que lo envolvía.
Luego, siempre con mucho cuidado para no dejar caer ninguna moneda o billete, retiraba la goma que ceñía el libro.
El tercer paso consistía en abrir el libro por la página en la que había interrumpido la lectura, lo que era fácil, puesto que era allí donde se encontraban todas las monedas de las que disponía el señor Valéry en ese momento.
Ya se tratara de realizar una transacción comercial o retomar la lectura, el señor Valéry volcaba primero las monedas en la mano, sujetando el libro con cuidado para no dejar caer ningún billete. Después, en el caso de tener que efectuar algún pago, el señor Valéry buscaba los billetes adecuados, hojeando el libro como quien busca una frase señalada.
En el caso de que abriera el libro para leerlo, el señor Valéry, después de echarse las monedas en la mano, las apilaba sobre la mesa que tenía delante, tras lo cual empezaba a prestar atención a las letras. Cuando, en el transcurso de la lectura, el señor Valéry alcanzaba una página en la que había un billete, trasladaba de inmediato ese dinero unas páginas más allá.
Por el contrario, cuando estaba a punto de terminar un libro, pasaba todos los billetes, incluso los valiosos, hacia atrás respecto de la página en que se encontraba, es decir, por detrás de las monedas, lo que siempre le causaba una sensación extraña.
Quienes pasaban por allí y venían al señor Valéry, sentado a la mesa de una cafetería, sujetando con mucha fuerza y con ambas manos los dos lados del libro, nunca acertaban a decir si la tensión de sus brazos revelaba una codicia mezquina o un profundo amor por la literatura.

(El señor Valéry, pp. 69-71)


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