jueves, 10 de abril de 2008

Para mandar una carta

Tenía que mandar una carta y fui al correo. Debía hacerlo por Correo Argentino, no me servía uno privado. Las oficinas de Correo Argentino (creo que todas) tienen el servicio de Pago Fácil, es decir que la gente no va sólo por motivos de correspondencia sino también para pagar el agua o la luz. Entré a la oficina de Florencio Varela a las 12.20, que por supuesto es un mundo de gente, y saqué número. Número para correo, porque después hay otra interminable fila para Pago Fácil. Saqué el 36. Miré el tablero y vi que iba por el 62.

-Eso es otra serie, ¿no? -le pregunté a alguien que me había visto llegar.

-Sí, van por los rosaditos, después vienen los azules.

Se refería al color de fondo de los números. Como tenía más de 70 números adelante, salí, hice algunos trámites y luego volví al correo. A la una en punto llamaron al 36. Me acerqué al mostrador con mi número azul en la mano y junto a mí aparece alguien que también tenía un 36.

-Yo estoy desde las 11... -me dijo. Esa frase venía a confirmar mis temores por algunos retazos de conversación que había escuchado antes: que había más de una serie azul. Miré al empleado, que puso cara de infinito cansancio y me dijo:

-Tenés que esperar cien números más.

Es decir que cuando saqué número tenía 170 números delante de mí. ¡Hacen falta dos horas para mandar una miserable carta!

No esperé las dos horas y me fui. Al día siguiente debía ir a la Capital, donde suponía que el servicio sería mejor, así que decidí no hacerme mala sangre. Pero al día siguiente...

A las 10.40, entré en una oficina de Correo Argentino en la avenida Callao al 1500. Barrio de la Recoleta, uno de los más tradicionales y caros de la ciudad. Allí también hay Pago Fácil, pero una sola serie de números. Quien va a mandar una carta debe esperar en la misma fila que quien quiere pagar el teléfono. Saqué número: el 52. Iba por el 22. En veinte minutos que estuve allí, la fila se adelantó en diez lugares, hasta el 32. Para llegar a mi número faltaban otros veinte, es decir cuarenta minutos.

Es decir, el problema no es sólo en Florencio Varela sino también en Recoleta: ¡una hora para mandar una carta!

En fin, salí de allí derrotado. ¿Cómo puede ser que nos obliguen a malgastar de esa forma tanto tiempo de nuestras vidas? Minutos después, azarosamente, pasé por un kiosquito y vi un cartel de Correo Argentino. Entré y pregunté si en efecto allí se podían enviar cartas. Me dijeron que sí. Esperé lo que tardaron en atender a las tres personas que habían llegado antes y luego, en un minuto, cumplí mi trámite.

Me ayudó la suerte. Así es como funcionan las cosas en la Argentina. Pero lo peor de todo es que todo ande tan mal y que nadie haga nada por solucionarlo.

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