martes, 16 de junio de 2009

El juego de las ¿siete? diferencias entre votar aquí y allá

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Hace nueve días, el domingo 7 de junio, fueron las elecciones para el parlamento europeo. En España el 55% del electorado se abstuvo de ir a las urnas, en una jornada en la que la mayoría de la gente no sabía muy bien qué se votaba, ni qué consecuencias podrían tener los resultados, etc. Ganó el opositor y de centroderecha Partido Popular (PP), con un pequeño margen por sobre el partido en el gobierno, el PSOE. Entre ambos partidos mayoritarios concentraron 4 de cada 5 votos. La tercera fuerza fue, con un 5% de los votos, la Coalición por Europa (CEU), formada por varios partidos nacionalistas autonómicos (los principales, el Partido Nacionalista Vasco, Convergència de Catalunya y Unió Democràtica de Catalunya), y en el cuarto puesto quedó, con poco más del 3%, la Izquierda Unida.

Pero la intención de este post no es hacer un resumen de los resultados electorales, sino contar mi pequeña experiencia. La acompañé a Mónica a votar y me quedé asombrado con las diferencias en las formas de llevar a cabo la fiesta de la democracia (???) en España y en la Argentina.

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Entramos a la escuela, donde había muy poca gente (en parte porque era cerca del mediodía, la gente estaría almorzando). Apenas dos policías en la puerta. Al entrar estuvimos en el patio y allí, sobre unas mesas y a la vista de todo el mundo, todas las boletas. El votante llega, se para frente a ellas y allí mismo toma la de su elección, la mete en un sobre que toma de una pila de sobres, ni siquiera pega la solapa del sobre sino que lo cierra sólo plegándolo, entra al salón donde están las autoridades de mesa, entre su DNI, lo buscan en la lista, hacen junto a su nombre una marquita que significa "ha votado", el votante mete el sobre en la urna, listo el trámite, se va a su casa.

Le expresé a Mónica mi asombro, le conté un poco cómo funcionan las cosas allá y le pregunté si no había una forma de que el voto sea realmente secreto. Entonces me señaló a un costado, donde había una estructuras metálicas cubiertas por unas cortinas, algo parecido a los probadores de los puestos de ropa de las ferias como las de La Salada o la de Zenzabello, en Varela. Esos son los cuartos oscuros. Pero están de adorno, porque nadie los usa. Y como nadie los usa, no hay boletas allí dentro, están todas afuera.

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A mí no me gusta estar haciendo comparaciones todo el tiempo, pero ¿cómo evitar compararlo con las elecciones argentinas, en las que las escuelas están llenas de policías por todas partes, donde ante la menor alusión o referencia a un partido uno corre el riesgo de que no lo dejen participar acusándolo de "voto cantado", donde los sobres te los tienen que dar las autoridades de mesa, quienes los tienen que firmar mitad en el cuerpo y mitad en la solapa y se pasan todo el día escudriñándose como jugadores de póker y gruñéndose como perros callejeros?

Y no quiero decir que los españoles sean nenes de pecho ni una raza mucho más civilizada ni ninguna boludez por el estilo. Aquí también abundan la transa y la corrupción, la mentira y la estafa, la deshonestidad y la trampa. Pero simplemente eso, ¿cómo evitar pensarlo?: si los punteros compran miles de votos en el Conurbano con choripanes y cocacolas, con promesas falsas y extorsiones reales contra la gente pobre y semianalfabeta a la que arría como ganado, ¿qué atrocidad no cometerían si no hubiera cuartos oscuros y uno tuviera que tomar la boleta y meterla en el sobre frente a la mirada de ellos?

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