martes, 21 de abril de 2009

Welcome to Rockyland

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Hace un par de años, cuando se estrenaba Rocky Balboa -también conocida como Rocky VI- unos compañeros de trabajo -más o menos de mi misma edad- la fueron a ver al cine. "Sabemos que va a ser mala, pero ¿cómo no ir a verla? ¡Es Rocky!". Yo pensaba un poco como ellos: es Rocky... pero no me motivaba lo suficiente como para ir al cine. Quizá era miedo a desilusionarme demasiado. Tal vez simple desidia. No lo sé.

Hace unos meses vi John Rambo, también conocida como Rambo IV. Y me pareció realmente muy mala. Pero muy. No sólo innecesaria, sino también mal hecha, cortita, sin sentido. Hecha como cuando te obligan a hacer algo y lo hacés sin ganas, así nomás, sin que te importe el resultado. Aunque hay un detalle: el final de la peli, que se parece al comienzo de la primera y, se ve, tiene el objetivo de cerrar la historia.

Lo comenté con mi hermano, y él me dijo: "Rocky VI a las Rocky es más mala que Rambo IV a las Rambo". Mierda, entonces tenía que ser mala en serio.

Pero es Rocky, como habían dicho mis compañeros, y había que verla. Y la vi hace unos días.

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Me sentí como si de nuevo tuviera doce años. Vi las primeras cuatro películas cuando era chico, en los 80, y veía y sufría cada una como si fuera la realidad, como sólo se viven las cosas en esa época, como si a Stallone le doliera cada golpe que Rocky recibía. Es más: como si Stallone no existiera y la única realidad fuera Rocky. Y ese tipo medio bruto, pobre y humilde que consigue todo a base de esfuerzo y aguante se convirtió en un verdadero ídolo para mí, y junto conmigo para tantos de mi generación. Rocky es una de las más grandes historias de nuestros tiempos.

Por supuesto: en aquellos años no tenía la menor idea sobre cuestiones políticas, la burda propaganda yanqui de Rocky IV ganándole al ruso en Moscú el día de navidad, etc., etc. Era Rocky, el ídolo, y nada más.

El ídolo que luego se dedicaba a entrenar a otro en la quinta parte, un Rocky que ya no pelea, una peli que tiene emoción pero que no es nada comparable a las otras. Y esa la vi ya de adolescente, tendría 14 ó 15 años, fue distinto, fue otra cosa.

Y Rocky VI también fue otra cosa.

[Antes de seguir leyendo, recomiendo darle al play:]


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Porque el poco boxeo que consumí por TV fue en esa época, cuando fui un poco mayor, en los 90, y ese boxeo ya no tenía nada que ver con las peleas de Rocky. No sólo porque dejó de haber carnicerías sobre los rings, sino porque además comenzaron a escasear los ídolos, los grandes luchadores, y ya no hubo chicas que pasaran medio desnudas con el cartel del número de round, y el negocio fue absorbiendo los pocos resquicios que le quedaban por llenar. Y como igual somos así de tercos y buscamos lo que ya no hay donde sabemos que ya no hay, seguimos viendo boxeo, y el show que arman los yanquis, y el presentador que estira las vocales al decir los nombres de los púgiles, y las transmisiones de HBO...

Y de pronto el boxeador retirado que quiere su capítulo final. Como si entendiera que Rocky debe irse peleando, como un grande, no entrenando a otro, no pegándole a un tránsfuga en la calle. Porque nada se acaba hasta que se acaba. Y Stallone, como hizo con Rambo, quiere dar señales de cierre de historia. Rocky adopta un perro, recuerda a los muertos de la saga, entrena pegándoles a reses en el frigorífico, sube corriendo las míticas escalinatas de Filadelfia...

Y entonces todo se suma y se consuma: el show del box moderno con Rocky, con una pelea de Rocky, la imagen de cualquier pelea de hoy en día con el sonido de la campana que da comienzo a "Going the Distance", una de las canciones más emblemáticas de la extraordinaria banda sonora de la saga. Y el relator que dice "yo era fan de Rocky Balboa cuando era niño, no puedo creer que esté a punto de comentar una pelea suya", y todos sentimos lo mismo.

La pelea no es creíble, claro, pero nada es creíble, y a la vez todo lo es. Porque es Rocky, y aguanta como todos queremos aguantar todos los golpes de la vida, y luego contragolpear, aunque nadie crea en nosotros, empezar a tirar manos, una atrás de la otra, y demostrar lo que valemos, que los fanfarrones y los cancheros retrocedan y dejen la sonrisa socarrona para decir "mierda, éste también pega", y que el público se enardezca, y que uno de los relatores, sorprendido, confuso, excitado, exclame: "Welcome to Rockyland!". Bienvenidos a Rockylandia.

Para dejarse llevar a Rockylandia es fundamental hacer ya no sólo una suspensión de la incredulidad, como pedía Coleridge, sino también de la intelectualidad. Para películas sesudas y que te dejan pensando, agarrá otros títulos. Pero si fuiste niño en los 80 y creciste viendo cómo se pegaba con Apollo, con Mr. T, con Ivan Drago, y cómo resurgía de las cenizas, y cómo los humildes les pueden ganar a los prepotentes y engreídos, si soñaste con formar parte de ese público enfervorizado que grita "¡Rocky, Rocky!", si viviste todo eso y hoy querés sentirte más o menos igual, con las lágrimas en los ojos, mirá Rocky VI. En Rockylandia siempre se puede volver a ser un niño y a tener ídolos invencibles.


3 comentarios:

Danilo Gatti dijo...

adhiero un 100% y comprendo bien todo lo que decis.
El dialogo de Rocky con su hijo en la puerta del restaurant despues de conocerse la noticia que volvia a boxear, no tiene desperdicio.
Una escena para las lagrimas, que nos da una leccion de filosofia urbana gratis y al pasar, como quien no quiere la cosa

Cristian Vázquez dijo...

Danilo, estamos de acuerdo entonces. Gracias por comentarlo. Un saludo!

Anónimo dijo...

Amigo tienes 1000% la razon, excelente tu comentario, bien redactado y claro. Saludos.