jueves, 5 de marzo de 2009

"No, yo soy de ellos", o Usos y desusos del saludo

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El saludo es una convención, eso está claro. Dicen que todavía los hombres nos seguimos estrechando la derecha (chocando los cinco, en versión piola argentina pasada de moda) porque antiguamente así se demostraban los varones al encontrarse que no portaban armas, es decir, que llegaban en son de paz. Pero no deja de ser un caso de análisis el hecho de a quiénes saludamos y a quiénes no.

El saber popular dice que "el saludo no se le niega a nadie", al igual que un vaso de agua y algunas mujeres, y que uno de los mayores gestos de desprecio contra alguien es "retirarle el saludo". Sin embargo, recuerdo una conversación con un grupo de amigos, hace varios años, en la que surgió el tema del saludo. ¿Por qué, por ejemplo, en la Argentina no saludamos al chofer del colectivo antes de informarle el valor del boleto que queremos sacar? ¿Por qué tampoco le decimos hola al empleado de una tienda cuando entramos a mirar? En Madrid, a pesar de que la gente es más seca, sí existe la costumbre de saludar en casos así.

En aquella conversación con amigos yo mencioné a alguien, un conocido común mío y de mi amigo Octavio, uno de mis interlocutores. Dije: "Fulano es alguien que siempre saluda al chofer del colectivo". Octavio me respondió: "Lo de Fulano es exagerado. Yo lo vi quedarse hablando diez minutos con el colectivero..."

¿Cuándo se empieza a saludar al vecino a quien se ve todos los días en la puerta de su casa cuando uno va a trabajar? ¿Y al guardia del metro, que está todos los días muerto de aburrimiento en la estación y que incluso nos cruzamos a veces en el bar del barrio? ¿Corresponde dejar de saludar a la vieja de abajo que nos acusa, injustamente, de hacer ruidos molestos excesivos (como aquel Mr. Heckles de la primera temporada de Friends)?

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Lo que me motiva a preguntarme todo esto fue algo que presencié ayer.

Llegamos a la canchita donde jugamos al fóbal. Estaba jugando todavía el grupo anterior, y el único que estaba sentado fuera del campo era un muchacho gordito, todavía sudado, con pinta de haber salido recién. Como yo y los chicos que venían conmigo fuimos los primeros en llegar, lo identificamos como "del grupo anterior".

Enseguida llegó más gente, gente que no conocía a todos los que estábamos allí. Nos fueron saludando uno a uno, uno de ellos diciendo su nombre a modo de presentación, hasta que llegaron, siguiendo la hilera de personas, hasta donde estaba el gordito del grupo anterior. Entonces, cuando uno de ellos le extendió la mano, el otro le respondió: "No, yo soy de ellos", y señaló a los que aún corrían detrás del cuero viejo (como diría mi madre). Y la mano derecha de quien la había estirado quedó flotando en el aire una fracción de segundo, hasta que su dueño la retrajo.

¿Por qué negar el saludo así, de un modo tan cortante? ¿Qué diferencia hay entre la relación entre esas dos personas y, por ejemplo, la mía con ese chico que me saludó y me dijo su nombre para que yo lo olvidara casi de inmediato y a quien tal vez hoy podría cruzarme por la calle y no reconocerlo?

Y sin embargo, en ese momento no pareció algo raro. Pasó, simplemente, como algo que tenía que pasar. Como subirse al colectivo y decirle al chofer, sin mirarlo y casi con desdén: "uno treinta y cinco".

3 comentarios:

Octavio Echevarría dijo...

Caballero, si hoy le dice al chofer "uno treinta y cinco", éste contestará: "no, usted no es de acá" o algo parecido. Quien hasta hace poco decía "uno treinta y cinco", ahora dice "dos pesos". Una persona que ama la vida y al prójimo, saluda. Siempre. Con una sonrisa, como queriendo entregar parte de la alegría que siente, es un acto de generosidad. Saludar por cortesía nada más, me da igual. Me parece un hábito, una costumbre apenas.

Cristian Vázquez dijo...

Je je je, sabía que mi uno treinta y cinco iba a quedar desactualizado...

Con respecto a lo demás, creo que la inmensa mayoría no saludamos como un acto de generosidad no queriendo entregar parte de alegría alguna. Es, en efecto, un hábito, una costumbre apenas, como yo empecé el texto: una convención.

Ivana Uez dijo...

No me siento identificada con esta nota. Me encanta saludar.

Pero sí existen esos extremos: o "no lo saludo" o "me quedo conversandole sobre la vida durante horas..."