miércoles, 15 de julio de 2009

Sanfermines: una digresión acerca de la tauromaquia

[El post de ayer tuvo algunos comentarios que me dejaron pensando: por un lado, alguien decía que ve la tauromaquia como "una atrocidad fuertemente atractiva", para la que le cuesta encontrar justificaciones pero por la que no puede dejar de disfrutar. Otro señalaba que no puede evitar ponerse contento cuando los toros alcanzan a "alguno de los giles que participan de eso". Todo eso me dejó pensando, una vez más, en los porqués de este tipo de celebración. Y en la vida y la muerte. Algo de eso está acá.]

EL PUEBLO - Alguien me dijo que, hasta hace poco, España era algo así como un rejuntado de pueblos. La figura de los pueblos está muy presente en la identidad española, mucho, muchísimo más que en la de los argentinos. Por ejemplo, la mayoría de la gente de Madrid en el verano o cada tanto se va "al pueblo". Y uno los escucha decir "mi pueblo", y se pregunta si es que son originarios de allí, y tal vez sí, o quizá es el pueblo de sus padres, o incluso el de sus abuelos. Pero ellos dicen "mi pueblo", y es allí donde se van a pasar días, donde tienen sus recuerdos de veranos larguísimos de la infancia, donde se alejan del agobio de la ciudad.

LA CIUDAD - Precisamente, los que siempre vivimos en la ciudad estamos muy alejados de muchas cosas naturales que los seres humanos han hecho por siglos y que dejamos de realizar hace relativamente poco tiempo. Por ejemplo, matar animales para comérnoslos. Hoy en día vamos a la carnicería y le pedimos al señor que atiende que nos corte medio kilo de churrascos o una tira de asado, o directamente vamos a la heladera del supermercado y tomamos una de las bandejitas empaquetadas que nos muestra la carne reluciente y rojísima. Y sin embargo, si sólo pensamos en el animal que tiene que morir para que nos comamos su carne, nos ponemos mal: no podemos verlo morir, no podemos ni siquiera verlo vivo porque nos encariñaremos con él y luego no podremos comer sus partes, etc.

LA MUERTE - Pero en los pueblos o sigue siendo así o fue así hasta hace no mucho. Mónica me cuenta que recuerda de cuando era chica las matanzas de animales en Cantalejo ("su pueblo" de Segovia). Por ejemplo: los gritos desgarradores de los cerdos cuando los pinchaban en el cuello para que manara la sangre y la gente pudiera juntarla en baldes y luego, con ella, poder hacer morcillas y otros productos. Y el pobre chancho se iba muriendo allí, de a poco, en una agonía terrible, y ningún defensor de los derechos de los animales se aparecía por allí para presentar una demanda. Del cerdo se aprovecha todo, dicen por aquí. Una vez entré en un bar y vi que a alguien le pusieron un platito con pedacitos de carne y me dieron ganas de comer eso mismo, y le pregunté al mozo qué era, y me dijo: "Morro de cerdo". O sea, carne de la cara del chancho. Le pedí una tapa y yo también la comí.

LA FIESTA - ¿A dónde pretendo llegar con esto? Esto es parte del proceso de mi búsqueda de entender la relación de la gente con la muerte de animales. Es decir, ¿por qué la muerte es parte de la fiesta? Porque lo que antiguamente se festejaba era la llegada del verano, haber sobrevivido a un invierno más, disfrutar del escaso período de clima generoso antes de que vuelvan los terribes fríos, que la cosecha haya sido buena, que los animales sean grandes y sanos, etc. ¿Y qué se hacía con estos animales? Se los mataba. Y eso era una fiesta.

EL VALOR - Por supuesto, no es sólo eso. Los orígenes de las corridas de toros están relacionados con rituales milenarios, con sacrificios religiosos, con el circo romano, etc. Y su eje no es la muerte del toro, sino el valor de la persona que lo enfrenta. Hay, por supuesto, otras formas de probar y mostrar valor. Pelearse con alguien en un boliche/una discoteca, escalar una montaña, tirarse desde lo alto de un puente con los pies atados a una soga que impide reventarse contra el suelo, alistarse para ir a la guerra, son algunas de esas formas. No ahora, pero en sus comienzos, enfrentar de pie a un toro de más de media tonelada sin más armas que una muleta y una espada habrá sido una más de esas maneras.

La excelente primera foto la sacó Francisco en el encierro del domingo. La publicó en su blog. Las otras dos las tomé de periódicos en internet.

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