lunes, 23 de abril de 2007

¿Cuánta tristeza puede soportar una persona?

Elsa Sánchez de Oesterheld sufrió entre 1976 y 1977 el secuestro y la desaparición de su esposo y de sus cuatro hijas, que tenían entre 17 y 25 años. Agreguémosle detalles aberrantes a la tragedia de perder tantos seres queridos: ella conservó durante varios meses la esperanza de encontrarlos con vida, al menos a algunos (piensen en lo atroz de esa última aclaración: al menos a algunos).

¿Cómo se puede seguir viviendo después de sufrir algo así? Nadie que no sea ella misma es capaz de entender y comprender totalmente lo inconmensurable de ese horror. Ella siguió adelante, probablemente, por la circunstancia de haber quedado a cargo de uno de sus nietos.

En la película "Hora Cero", un documental de José Luis Cancio sobre la vida de Héctor Germán Oesterheld realizado en 2002, a Elsa se la ve mal, casi abatida. Dice que ahora que su nieto creció (tenía en ese momento 27 años) ya no tenía demasiado sentido vivir. Se la ve triste y realmente sin ganas de más.

Yo estuve en su casa el miércoles pasado. Y ahora es otra. Tiene un entusiasmo renovado: explica que, después de un período en que había decidido no hablar, más volvió a la militancia de Abuelas, porque las otras abuelas y las Madres están viejitas y cada vez hay menos con capacidad de moverse activamente.

"Y yo lo siento como un compromiso, una necesidad, de construir la memoria de lo que pasó. Este año, además, con los 30 del secuestro de Héctor y los 50 de El Eternauta, van a ser tantas las cosas... Pero bueno, yo cumplí 82 el mes pasado, y digo: si paso los 82, voy a vivir hasta los 100".

En la biblioteca del living de su casa tiene las fotos de su esposo y sus hijas. Se ven como se ve en la imagen que acompaña estas líneas.

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3 comentarios:

Chucho dijo...

Sin palabras

Anónimo dijo...

Supongo que cuando se llega al punto en el que el consuelo es "al manos a algunos", y teniendo en cuenta que en esto se van las vidas de muchos y la propia, cualquier intento de comprender lo terriblemente dolorosa que puede ser esa situación choca con la imposibilidad de conjugar tanto sufrimiento junto. Resulta hasta absurdo decir lo admirable que es la actitud de compromiso y de lucha que muestra esa mujer, porque cualquier calificativo que le atribuyamos será irrisoriamente escaso e incapaz de definir su entereza. Levantar la cabeza para mirar a los demás cuando nuestro propio mundo ha sido derribado en mil pedazos y en una fracción de segundo no debe ser algo que muchos de nosotros sería capaz de hacer.
Historias como ésta hacen imposible no sentir una profunda indignación por estas injusticias tan impunes; pero si los que las sufrieron tan descarnadamente deciden seguir la batalla y no dejarnos olvidar, nos tocará como mínimo estar dispuestos a aprender.

Cristian Vázquez dijo...

Comparto en todo tu comentario, Vero.