domingo, 15 de abril de 2007

Más apuntes sobre Joaquín Sabina

Escribí un artículo sobre el cantautor español, titulado "Apuntes para una cronología argentina de Joaquín Sabina", que habla sobre su relación con la Argentina, sus primeros recitales, los últimos en Buenos Aires, etc. Apareció en el último número de la revista Teína, con una excelente ilustración -que fue hecha exclusivamente para la nota y que reproduzco aquí- de Miguel Herranz.

Para leer algunos fragmentos, click en "Seguir leyendo".

Éxito de masas y fenómeno de culto, todo a la vez. Las entradas se agotan, los recitales se multiplican, la adoración se renueva. Sabina y la Argentina protagonizan una historia de amor difícil (¿imposible?) de explicar. Un espejo roto del que aquí se recopilan, apenas, algunos fragmentos.

2006. Noche del sábado 16 de diciembre. Buenos Aires acoge una versión condensada y posmoderna del diluvio. La tormenta acabó con una seguidilla de días de calor, inundó algunos barrios y obligó a Joaquín Sabina a terminar antes su recital. ¿Cualquier recital? No: ése que había esperado durante tanto tiempo, en la cancha de su querido Boca Juniors, el encuentro en un estadio con el público argentino que lo adora. Gran parte de los equipos de sonido se averiaron, las pantallas gigantes del escenario terminaron destrozadas. Con el comienzo de la lluvia, Sabina había anunciado: «Nos importa un carajo que venga el diluvio universal». Al rato sí le importó: «Me quedaría, pero me dicen que corremos peligro». Esa noche, c'est fini.

1989. Lunes 27 de marzo, teatro Ópera. Primera presentación de Joaquín Sabina en Buenos Aires. ¿Ya era conocido en esta ciudad? Su música había comenzado a circular a principios de los ochenta, a través de casetes truchos copiados de otros casetes truchos, pero «Una de romanos» fue el primer hit. Y aquel primer show estuvo rodeado de incertidumbres, porque si al comenzar el recital las localidades no estaban todas ocupadas ni Sabina, ni sus músicos ni los productores verían el teatro medio lleno: lo verían medio vacío. Esa fábrica de mentiras piadosas que es la memoria germinó tres versiones diferentes:

* no se vendió ninguna entrada y las regalaron todas (versión de don Joaquín);
* creían que no iban a vender ningún boleto y los vendieron todos (versión Alberto Miguel, productor de todos sus conciertos en la Argentina, desde aquel Ópera hasta los de Boca);
* vendieron la mitad y, para llenar el lugar, regalaron las demás (versión de Panchito Varona).

Esa noche fue el comienzo de la historia de amor que ya lleva casi dos décadas.

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