viernes, 30 de mayo de 2008

Usos y husos

Hay cosas muy locas que me están pasando con el tema de cambio de horarios y de costumbres.

Primero fue adaptarme a las cinco horas de diferencia entre la Argentina y España. Casi doce horas de vuelo y llegar a España con sueño y las 2.30 en mi reloj pero que ya eran las 7.30 y amanecer aquí. Al día siguiente, dormir de un tirón hasta las 3 de la tarde (que en mi reloj interno eran las 10), y la noche del día siguiente en vela hasta las 7 de la mañana. Eso fue al principio. Ahora ya estoy más ordenado.

Bueno, ordenado es un decir. Resulta que aquí, con el cambio de hora, oscurece después de las 10 de la noche. Y cuando tengo la sensación de que son las seis de la tarde ya son como las ocho, y cuando termino de tomar mate y pienso qué me haré de cenar dentro de un buen rato cuando cene, resulta que ya son pasadas las 22...

Pero lo más curioso de todo es convivir a la distancia con mi Argentina con un horario tan cambiado. Porque cinco horas se notan bastante. Para llamar a mi casa tengo que esperar a que acá sea la 1 para que allá sea un horario razonable, las 8. Pongo la radio por internet y escucho a Víctor Hugo y vivo la mañana argentina en mi tarde española. Me voy a dormir y todavía falta un montón para que allá se jueguen los partidos nocturnos. El domingo me quedé hasta las 2 para ver cómo terminaba Estudiantes-Independiente.

Y dentro de esas curiosidades, lo más curioso de todo me pasó esta mañana. A eso de las 9 puse la radio y escuché un rato de uno de esos programas que pasan a la madrugada, cuando los únicos que escuchan la radio son los insomnes, los obsesos y los camioneros. Y me sirvió para comprender del todo (una vez más) cuánto estamos acostumbrados a relacionar cosas: en este caso, ese tipo de programas con un momento del día, o mejor, con lo que uno estuvo haciendo alguna vez en ese momento del día y, mientras, escuchaba uno de esos programas. En el que escuché hoy, un hombre le explicaba a la locutora cómo todos vamos a volver un día al paraíso terrenal que en un principio habitaron Adán y Eva, conviviendo con todos los animales, que por entonces eran mansitos. Todos, toditos.

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